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Una vaharada de olor
al abrir el armario me llega.
Un olor reconocido
apenas se percibe
y lleva la sonrisa a mi boca.
Para recuperarlo me recreo
en tu chaqueta libre de envoltura.
Huele a tu cuerpo limpio,
con ese perfume vago que usabas
en ciertas ocasiones,
y aún más adentro el olfato distingue
una leve sospecha de tabaco.
Tu ropa cuelga vacía, inerte.
Tú me esperas en ella,
como en otros rincones protegidos
donde a veces y sin cita previa
volvemos a encontrarnos.