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VII
Habían pasado años.

Ella intentaba llevar una vida normal. Había decidido acudir a algunos actos culturales que llenaran algunas de sus tardes y la distrajeran de la rutina cotidiana. No podía quitárselo de la cabeza ni del corazón, a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de todas las consideraciones que le habían hecho acerca de él y de la situación por la que habían pasado, a pesar de todo, un convencimiento interno, íntimo, la llevaba a no poder odiarlo, rechazarlo. Tampoco podía evitar sentir lo que sentía y había llegado a asumirlo como algo irremediable, aunque la pérdida y la imposibilidad de recuperarlo le estaban enquistando el dolor en alguna parte de su cuerpo.

Aquel día no pensaba ir a la conferencia porque, al fin y al cabo, el tema no le interesaba. Si iba, era sólo por saludar al conferenciante y por preguntarle por un libro que iba a publicar. Si iba, también, era por encontrarse con una amiga y saludarla. Aunque, a principios de la tarde, pensaba que era una tontería ir para eso y, por otra parte, su amiga no iba a poder acompañarla pero le pedía que le tomara apuntes. Eso fue lo que la decidió a ir, aunque sin ganas.

Y entonces lo encontró.

Para encontrarlo, también el destino quiso que se entretuviera en el pasillo saludando a otra vieja amiga. Si no hubiera sido así, ella habría llegado antes a la sala de conferencias y no se habrían encontrado.

Se cruzaron sin verse. El se encontró, saludaba o iba con alguien. Ella pensó simultáneamente llamarlo, para qué llamarlo, qué le voy a decir, lo saludo y ya está, no tengo que agobiarme, qué le digo.

Lo llamó por su nombre. Él seguía andando en dirección opuesta a la que ella llevaba. Ella le llamó; él no la oía. Ella empezó a correr hacia él y, antes de que volviera a llamarlo, él se volvió, como si hubiera olvidado algo o decidido retomar sus pasos y cambiar de dirección.

¿Cómo estás? Bien… ¿Qué haces aquí? Vengo a una conferencia, ¿y tú? A la biblioteca. ¡Ah, la conferencia de la sala 4? ¿Estará interesante? Te acompaño. Como quieras.

Y miles de espacios vacíos, cientos de palabras recordadas, dichas, olvidadas, tantas preguntas sin hacer, el rescoldo de la piel amada, se instalaron en el brazo que separaba sus dos butacas contiguas, mientras sonaban de fondo la ideología, los políticos, la cultura de la época que el conferenciante parecía conocer como la palma de su mano. Una distancia milimétrica, concienzudamente respetada, separaba sus propios brazos, mientras sus manos caían indolentemente. Él se sintió capaz y comenzó a jugar con los dedos de la mano de ella. Y de ese gesto ingenuo ella confirmó que siempre había estado en lo cierto, que él nunca había dejado de quererla, a pesar de todo.

Pero cuando salieron, acordaron que era mucho más fácil encontrarse en una conferencia, en un acto social y preguntarse por la salud y la familia –lo que seamos por dentro, cómo estemos por dentro, ¿qué manera habría de decirlo entre tú y yo?

["ELLA Y ÉL"]

 

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